Ajustes PRO pos elecciones 2017.


Seguros de llegar al público que se dirigen, los escribas de La Nación no disimulan al momento de contar lo que "debería ser" en materia económica. Porque más que información y formación de opinión pública, subida a algún estrado armado de tradición y creencias, La Nación no abandona su prerrogativa enseñante. El estilo comunicacional de La Nación en periodismo es comparable al estilo del ministro de Energía Juan Aranguren desde la administración Cambiemos. Ambos les hablan a su público sabiendo que se trata de una mínima porción de la población oyente, una minoría griega, digna de plutocracia, que diezma al resto. El tono y el semblante de Aranguren al momento de anunciar tarifazos de hasta 500% en los servicios públicos pasará a la galería de momentos históricos y coleccionables junto con Martinez de Hoz anunciando su plan económico, Galtieri arengando a la Plaza de Mayo, Menem anunciando la reforma del Estado, Cavallo anunciando el corralito y De la Rúa anunciando el estado de sitio.

La Nación habla en ese tono neutro, crudo, real, el tono devengado del poder. Como empresa (multimedial), La Nación es uno de los portavoces del poder y escribe: “El condicionante, claro está, existe y es concreto: ganarle las elecciones bonaerenses a Cristina Kirchner, y de ese modo terminar con las dudas de empresarios y políticos, aquí y fuera del país”.

La Nación no esconde que las políticas económicas de la administración Cambiemos responden y - según ellos -  deberán continuar respondiendo a atender de modo unánime a los requerimientos empresariales, el sector más rico, en desmedro de los intereses mayoritarios de la población vistos como “costo argentino”. La Nación asume, reafirma y aplaude que la administración Cambiemos se comporta y debe comportarse como gerente e intermediadora ante la empresa globalizada. La mirada de La Nación sobre Argentina no es desde adentro sino desde afuera, es como la visión porteña que dibujó Le Corbusier en 1947, el Croquis de los Cité des Affaires en Buenos Aires, es la mirada del extranjero, del visitante, del viejo colonizador o el nuevo inversionista.

En una incipiente campaña electoral, a cuatro meses del acto eleccionario de medio término, La Nación no esconde que Macri, en el zaguán de un deseado triunfo electoral, anuncia “un conjunto de leyes y medidas para los próximos veinte años de la Argentina” en un encuentro de empresarios chilenos (27.06.2017).

“Reformas tributaria, fiscal y previsional; reforma política que incluye cambios en el financiamiento de campaña; cambios en la ley de Etica Pública, en los organismos de control y en el Poder Judicial, son algunas de las modificaciones "de largo plazo" que la Casa Rosada imagina poner en práctica luego de superado el "obstáculo electoral" que hoy representa derrotar en las urnas a la ex presidenta”.

Por supuesto que para llevar adelante las políticas económicas beneficiarias a un mínimo sector en desmedro de la mayoría poblacional, las urnas representan un “obstáculo electoral”, ya lo expresó claramente la mujer que ostenta el cargo de vicepresidente, Gabriela Michetti.



Luego habrá que detenerse en el vocabulario utilizado, plagado de eufemismos que permiten hablar en clave frente a una mayoría que no accede, casi como los médicos entre sí cuando tratan la enfermedad de un paciente derivado que desconoce los términos técnicos que describen el malestar que él mismo padece.

El objetivo de la llamada Reforma Tributaria no apunta a gravar a los más ricos sino a "bajar el costo argentino para favorecer inversiones", es decir, bajar los aportes patronales para aumentar la ganancia empresaria en desmedro de la jubilación del empleado con el comprobadamente falso argumento de que la medida provoca el aumento de contrataciones en blanco: “una amplia reforma tributaria que elimine impuestos, aportes y contribuciones…”

“La obsesión presidencial por el empleo para bajar los índices de pobreza va de la mano con una exigencia compartida por el empresariado: "bajar el costo argentino" para favorecer inversiones, según lo definió el propio Presidente el jueves, en el encuentro de CAME”, escribe Rosemberg en nombre de La Nación o viceversa.

Este tipo de razonamientos esquizofrénicos y paradójicos es el que ya se derramó sobre Argentina en la década de 1990 y que, al cabo de sólo diez años, llevó al país a la peor crisis económica de su historia (2001). La Nación vuelve a publicar las mismas argumentaciones con la memoria de la mosca, aquella a la que espantás y vuelve y vuelve y vuelve.

En el mismo párrafo, incluso en la misma oración, Rosemberg dice que “bajar los índices de pobreza va de la mano con una exigencia compartida por el empresariado: bajar el costo argentino para favorecer inversiones”, sabiendo que no es posible favorecer a los dos sectores opuestos con una misma y única torta a repartir, conociendo la falsedad del derrame liberal que ya explotó (también) aquí mismo, en Argentina, hace menos de veinte años.

En cuanto a la Reforma Previsional prevista, Rosemberg dice que el gobierno tiene en carpeta una amplia reforma previsional "de la que se conocen pocos detalles" pero, a pesar de ello, su olfato periodístico (?) le permite adelantar que “no incluirían por el momento una suba en la edad jubilatoria”: sólo “por el momento”.

En cuanto a la Reforma Administrativa, La Nación dice que "Dujovne, con la ayuda del ministro del Interior, Rogelio Frigerio, prepara junto a los gobernadores una nueva ley de responsabilidad fiscal, que apunta a la reducción del gasto provincial o, al menos, mantenerlo estable hasta 2023". Aquí se hace necesario traducir el eufemismo “reducción del gasto provincial”: recorte de empleados públicos, no aumento de salarios y recorte de programas sociales.

Todas estas noticias, publicadas y accesibles a gran parte de la población argentina, no llegan más que a una mínima porción. El sector de votantes que oscila sin rumbo fijo, desideologizado, inculto o simplemente desinteresado y defraudado por la política, no llega a enterarse. Puede llegar a oír algún rumor de amenaza económica que, de modo inmediato, los medios corporativos vestirán de rebotes de una maliciosa campaña electoral, un bis de la “campaña del miedo”. 

El sector de votantes volubles sólo cambiará su voto cuando su bolsillo, y sólo su bolsillo, lo dictamine. Las usinas mediáticas ceoliberales trabajan en retardar ese efecto de descontento, desuniendo, tergiversando, enmascarando y edulcorando el grave perjuicio, dando tiempo a la administración para profundizar reformas estructurales mientras sostenga un nivel aceptable de votos. Esto sólo es posible mediante la desinformación y el marketing dirigido al considerable sector de población voluble que consume titulares superficiales de posverdad en los cada vez menores momentos libres de sus vidas.

Alejandro Carnero.

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