Obama llegó a Macrilandia.


A principios de este año (2016), cuando se anunció la primera visita del presidente Barack Obama a Buenos Aires, organizaciones de derechos humanos en Argentina amenazaron llenar la Plaza de Mayo en protesta a su llegada. La visita estaba prevista para el 24 de marzo coincidiendo con el 40° aniversario del último golpe de Estado que dio lugar a la más sangrienta dictadura cívico-militar de la historia (1976-1983) que, a través de “grupos de tareas”, secuestró, torturó, desapareció y mató decenas de miles de personas mientras implantaba un sistema económico neoliberal. Al igual que con otras intervenciones militares en toda América Central y del Sur en la Guerra Fría, Estados Unidos avaló el golpe y sus consecuentes crímenes en Argentina, donde el imperialismo norteamericano es considerado tan culpable como el elemento cívico-militar local.

Después de un nuevo examen, sin embargo, los activistas decidieron que la visita de Obama no era tanto un insulto como una oportunidad. A la vista de los acontecimientos, el presidente Macri quedó conminado a negociar y recibir (por primera vez) a los organismos de derechos humanos (23.02.2016) que solicitaron una extensa desclasificación de inteligencia norteamericana en los registros de participación de Estados Unidos con la dictadura.

La negociación fue una oportunidad para Macri de, luego, poder declamar lo contrario de lo que todos sabemos: su liderazgo de derecha neoliberal y total desprecio a la causa de los derechos humanos (curro). Inmediatamente envió la solicitud de desclasificación al gobierno de Estados Unidos. En víspera de su histórico viaje a Cuba, Obama accedió a la petición, en un gesto muy leído en la región como un bálsamo para las heridas de la Guerra Fría. Como resultado, cuando Obama caminó el Parque de la Memoria, a orillas del Río de la Plata donde miles de personas fueron arrojadas a la muerte de los aviones militares, no tuvo que enfrentarse a ninguna masa de protestas de los grupos que originalmente le amenazaban.

Hay un déjà vu. Hace dieciséis años, otro saliente presidente demócrata, Bill Clinton, anunció la primera desclasificación de registros diplomáticos relacionados con la dictadura argentina. Fue la última de una serie de tales emisiones durante su administración. Los documentos de una amplia gama de organismos: el gobierno de la CIA, el FBI, la NSA, el Departamento de Justicia, el Consejo de Seguridad Nacional, la Agencia de Inteligencia de Defensa, el Pentágono y el Departamento de Estado, ya habían revelado niveles alarmantes de la complicidad entre el gobierno estadounidense y los regímenes militares en Chile, el Salvador y Guatemala.


Argentina se benefició demasiado tarde a partir de esta diplomacia desclasificada y recibió sólo un pequeño lote de registros. De acuerdo con Carlos Osorio, analista del Archivo de Seguridad Nacional, una organización no lucrativa con sede en Washington DC, los documentos estaban listos para ser entregados a principios de septiembre de 2001, pero luego pasó 9/11. Un segundo intento se vio frustrado por la crisis económica y política en la Argentina a fines de ese año. En última instancia, sólo 47 de 100 documentos del Departamento de Estado fueron entregados, en agosto de 2002. Por eso la única, efímera y leve autocrítica de Obama en suelo argentino: “Fuimos lentos en denunciar las violaciones a los derechos humanos”.

Incluso esta versión limitada, que no incluye los registros de inteligencia de Estados Unidos o agencias militares, resultó reveladora: Durante 1976, los registros muestran que el Departamento de Estado recibió al día información detallada de su embajada de Buenos Aires sobre la represión ilegal patrocinada por el Estado en la Argentina. Y sabemos que a pesar de ello, Henry Kissinger y otros funcionarios del Departamento de Estado eran amables con la dictadura, previniéndoles por el tiempo previsto en utilizar esos métodos represivos y recomendando rapidez porque la opinión pública en los EE.UU. estaba empezando a volverse contra ellos. Una de esas conversaciones tuvo lugar dos días después del golpe (26.03.1976), cuando un miembro del personal de Kissinger le informó sobre "esperar una buena cantidad de represión, probablemente una buena cantidad de sangre, en la Argentina”. Kissinger respondió con la preocupación por la junta: "Cualquiera que sea la oportunidad que tienen, van a necesitar un poco de aliento… Porque yo quiero animarles. No quiero dar la sensación de que están acosados por los Estados Unidos".

Después de que las amnistías y leyes del perdón de los finales de los años ochenta y principios de los noventa (gobierno neoliberal de Carlos Menem) fueron declaradas inconstitucionales, hace unos diez años, las investigaciones de violaciones durante la dictadura se volvieron a abrir, y miles de ex militares y policías fueron llevados a juicio. Desde entonces, grupos como la Asociación Civil Abuelas de Plaza de Mayo y el Centro de Estudios Legales y Sociales ( CELS ) solicitaron sin éxito la liberación de los registros que quedó fuera de la desclasificación de 2002.

La visita de Obama les presentó la oportunidad de renovar impulso. El gobierno argentino anuncia trabajar ahora en la elaboración de una lista detallada de los archivos que quiere desclasificados, aunque la mayor parte del trabajo ya se ha hecho por los grupos de derechos humanos. Se calcula que el proceso puede tardar "entre ocho meses y un año", y se entiende que la administración de Obama tiene como objetivo liberar los archivos antes de que el próximo presidente se haga cargo.

Los documentos pueden aclarar la función de inteligencia de Estados Unidos en el golpe y, en general, lo que era su postura en torno a las operaciones de contrainsurgencia de los militares argentinos. Horacio Verbitsky, presidente del CELS, espera ver información específica sobre la cooperación entre Estados Unidos y los militares argentinos antes del golpe, las visitas de los generales argentinos a Vietnam durante la guerra, por ejemplo, y el apoyo de la Escuela de las Américas, un instituto militar en Fort Benning que ofrece capacitación a los aliados de Estados Unidos en América Latina. (La escuela ya ha pasado a denominarse Instituto del Hemisferio Occidental para la Cooperación de Seguridad.)

El mayor efecto de la decisión de Obama, sin embargo, puede tener menos que ver con las revelaciones específicas que con un movimiento más amplio hacia la transparencia.

Por esos días monseñor Carlos Malfa anunció que el Vaticano dará a conocer sus propios registros clasificados sobre la dictadura. Los historiadores han establecido vínculos entre los militares argentinos y el apoyo de la Iglesia Católica durante su reinado de terror. Durante décadas, las autoridades de la Iglesia se han negado a reconocer el papel que desempeñaron en esos años; en varias ocasiones, han hecho alusión a la necesidad de "reconciliación", una referencia codificada a la amnistía. El 20.03.2016, la Conferencia Episcopal Argentina dio a conocer un comunicado de condena del "terrorismo de estado" de la dictadura que llevó a "la tortura, el asesinato, la desaparición y el secuestro de niños", y reivindica el camino de la "verdad, arrepentimiento y la reparación a través de la justicia", en un lenguaje fuerte nunca antes utilizado por las autoridades católicas.

Por estos pasillos rondaron las voces y susurros de la diplomacia en torno a la visita de Barack Obama quien, el día 24 de marzo (40° aniversario del golpe militar), cuando la Plaza de Mayo estalló de gente (no sin carteles alusivos, contra Estados Unidos y el propio Obama), fue llevado por el gobierno argentino a la lejana y silenciosa Bariloche para despedirlo.

PLAZA DE MAYO: ESTO PASABA MIENTRAS LOS GRANDES MEDIOS TE CONTABAN SOBRE LA AGENDA DE OBAMA EN BARILOCHE.

Mientras la diplomacia, los discursos y las fotos colmaron las primeras planas y los programas de TV, los 400 empresarios que acompañaron al presidente norteño se reunían en el predio de la Sociedad Rural Argentina en una jornada de la Cámara de Comercio de Estados Unidos en Argentina (AmCham), donde los estadounidenses llegaron a oír a funcionarios como Alfonso Prat Gay (Ministro de Hacienda) o Juan José Aranguren (Ministro de Energía) deseosos de aceptar las condiciones del TIPP (Asociación Transatlántica para el Comercio y la Inversión) enterados de que esta misma dirigencia argentina está a punto de cerrar su usurario pago a los fondos buitre para disponerse a reducir drásticamente sus prerrogativas estatales para tomar indefinida deuda en el mercado global.

RESUMIENDO

El título más importante de la reciente visita de Barack Obama se resume en pocas palabras: EE.UU. busca un nuevo Tratado de Libre Comercio con Argentina. Apenas una década después del traspié de George W. Bush en Mar del Plata, a manos del tridente Kirchner-Chávez-Lula, la política exterior norteamericana apunta a que la Argentina de Macri sea el ariete para modificar la correlación de fuerzas en el Mercosur.

Ocurre que el bloque nacido en 1991, en pleno auge neoliberal y con presidentes de esa orientación, es paradójicamente la traba más importante para que Buenos Aires firme un TLC con Washington. Ningún país puede firmar un acuerdo de ese tipo en soledad: deben tener el visto bueno del conjunto de los miembros. El retrasado acuerdo Mercosur-UE, cuyas negociaciones se iniciaron en 1999, demuestra esas complejidades de forma explícita. Por ello la canciller Malcorra habla de “flexibilizar” el Mercosur, o para decirlo con más claridad, que el bloque deje de ser lo que actualmente es, abriéndose paso tanto a EE.UU. como a la Alianza del Pacífico (y por ende al TPP, donde participan ambos).

Tiene sintonía con lo planteado por Macri en la conferencia de prensa junto a Obama, cuando habló de una “apertura de agendas” respecto a un acuerdo bilateral, tras lo cual destacó que se “deberá fortalecer el Mercosur y después pensar en un acuerdo más amplio”. Pero Obama fue más allá, afirmando que EE.UU. y Argentina “van a identificar todas las áreas donde hay barreras que han impedido el progreso de nuestra relación comercial” para luego afirmar que el objetivo de fondo era “elaborar un acuerdo de libre comercio”.

EE.UU. parece confíado en que un hipotético cambio de gobierno “constitucional” en Brasil y Venezuela permita que la correlación de fuerzas al interior del Mercosur termine siendo favorable a sus intereses librecambistas. Si ese plan no funciona, buscará que al menos el bloque modifique la necesidad de un acuerdo de todos los miembros para vincularse comercialmente con otros países o bloques. Hay una normativa que le dificultará la tarea: la Resolución del Grupo Mercado Común Nro 35/92, donde se reafirma “el compromiso de los Estados Partes del Mercosur de negociar en forma conjunta acuerdos de naturaleza comercial con terceros países o agrupaciones de países extra zona en los cuales se otorguen preferencias arancelarias”. En ese sentido, la incorporación de Bolivia como miembro pleno del Mercosur podría complejizar aún más los intereses de los aperturistas, que igualmente no darán el brazo a torcer a mediano plazo.

En definitiva, mientras buena parte de los medios concentrados argentinos quedaba cautivada por el baile de tango de Obama, o anunciaba con notas de color lo que el presidente norteamericano comería en el país, en la Casa Rosada avanzaba un plan para que el país intente firmar -ya sea con el Mercosur o alejándose de este si las presiones así lo ameritan- un nuevo TLC con la aún primera potencia mundial. Como se ve, un cambio rotundo a la política exterior que enterró el ALCA en noviembre de 2005 en la Ciudad de Mar del Plata.

Para finalizar hay que destacar un elemento adicional: la motivación de fondo de EE.UU. en el actual contexto internacional es avanzar en la firma de tres tratados comerciales globales (TPP, con América Latina y Asia Pacífico; TTIP, con Europa; y TISA, un megacuerdo de servicios). Además de las “ventajas comparativas” de la economía norteamericana con las economías periféricas, el trasfondo de los tres tratados es inequívoco: no dejar que China, segunda economía mundial y locomotora del BRICS junto a Rusia e India, dictamine las reglas del comercio global. En ese sentido, de la mano de EE.UU., Argentina estaría ingresando en una silenciosa disputa con el bloque de países emergentes, aliado hasta fines de 2015 del país.

Lo vertiginoso del cambio llama la atención: en apenas meses Buenos Aires pasó de pedir el ingreso al bloque BRICS a intentar avanzar en un nuevo TLC con EE.UU., que permita asimismo que el país avance hacia el eje Alianza del Pacífico/TPP. Como se ve, un cambio rotundo en el plano de las relaciones exteriores. ¿Hasta donde llegará? El tiempo, y también la correlación de fuerzas a nivel regional, dirá.

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